Pensar el común

por Paisaje Transversal

Por Eduardo Serrano

Hace poco estuve reflexionando sobre lo que se me antojan nuevos modos de pensar que el 15M ha catalizado, si no en su nacimiento, sí en su encarnación social extensa. Uno de ellos es el de común, o procomún, como categoría protojurídica que rompe el encierro mental en el que la dicotomía de público-privado nos ha sumido. Pero lo que me interesaba sobre todo era la relación con la comunidad humana de lo que se constituye como «común».

Esto lo comento porque me parece entender que habría una salida a un tremendo problema estructural (no político ni moral) con el que la crisis actual está relacionada: la incapacidad de que el dinero financiero pueda componerse con las actividades económicas reales, con la producción real de riqueza. Es decir, la acumulación de dinero financiero (privado o público-privatizado por la partitocracia, unas seis veces el PIB mundial) es ahora tan superlativa que sus ansias de ganancias ya no pueden proceder de la inversión en la llamada «economía real». 

Las capacidades para convertir los bienes terrenales o espirituales (lo que no es otra cosa que riqueza común) en mercancías no pueden responder a las exigencias de rentabilidad del dinero financiero. Crisis de sobreacumulación, como casi todas, pero que ahora tiene como referente el planeta entero, que no puede acoplarse a las demandas del monstruoso capital financiero (la conjugación maestra ya no es capital-trabajo sino capital-territorio vivo, incluyendo en lo territorial lo social). Y, claro, la salida es la inversión en más economía financiera, esto es, en especulación parasitaria, y la consecuente endogamia suicida de signos-dinero sin referentes externos (autorreferencial), situada en un mundo cada vez más ajeno al nuestro, más cerrado y asfixiado.

Esta salida consistiría en el establecimiento generalizado de redes de circulación de bienes que fueran «de lo común a lo común» (en cierta manera la fórmula ecoindustrial from cradle to cradle sería una consecuencia de este sistema de circulación de las cosas), sin pasar por la apropiación restringida, sea pública o privada. De hecho, tales circuitos son los propios del régimen del procomún tradicional, donde el valor de uso prevalece sobre el valor de cambio. Además, hay que aducir que tales circuitos ya se dan bastante maduros en el cibermundo, como demuestra Yochai Benkler en The Wealth of Networks (traducida por Floren Cabello y sus estudiantes bajo el título La riqueza de las redes), en el que se facilita enormemente la circulación de los bienes sin necesidad de agentes de distribución, por lo que respecta tanto a la composición de factores productivos como a la conexión oferta-demanda (los repositorios de programas de código abierto son un buen ejemplo). Con ello la función de intermediación que ha podido justificar la figura capitalista del empresario, que legitima su existencia en la conexión de producción y consumo, ya no sería necesaria, en especial en la circulación-composición de bienes inmateriales. Otra cosa es la circulación de bienes materiales, y es ahí donde el régimen del procomún sí es bastante exigente con que los ámbitos en que se dan tales circuitos sean locales; ni que decir tiene que esto es plenamente compatible con el criterio de ahorro energético.

El sociólogo Bruno Latour, del grupo de los que han trabajado en la teoría del actor-red, hace una interesante reflexión sobre la palabra cosas. Hay cosas, las que están fuera de los seres humanos, y enfrente hay otras «cosas», las asambleas o res-públicas humanas; pero las cosas exteriores devienen «cosas» cuando se componen, formando asambleas. La pregunta que se hace, sin responder todavía (yo no tengo la respuesta pero no dejo de buscarla), es qué forma deberían tener esas asambleas. 

La propiedad común (las cosas en tanto propiedad de un propietario) para mí la forman las cosas que dice Latour. Pero el «común» es un concepto diferente de la «propiedad común»: hay una asamblea de cosas y enfrente una asamblea de personas; este concepto está más cerca de la relación del cuidado recíproco que del dominio unidireccional que implica el concepto todavía dominante de «propiedad»: «yo soy tu propietario». Esta composición, la que se da entre estas dos asambleas, me parece muy cercana a la del territorio (medio territorial compuesto con población). En mi opinión, por tanto, las cosas de la naturaleza sin más, fuera del ámbito de influencia de la humanidad, no son común ni propiedad común, pero actualmente esa situación se da cada vez menos en la Tierra: el planeta mismo, compuesto con la humanidad, sería de momento el común máximo. 

Así como la propiedad común no es segmentable, o al menos no lo es como se entiende desde la economía capitalista (fabricación de mercancías desde la operación de captura llamada «imputación separada»), su propietario, la comunidad humana, tampoco lo es en esa relación. En el régimen del común es la totalidad de esa comunidad humana la que actúa sin intermediación ni representantes delegados: hacia fuera, hacia las cosas comunes, y hacia dentro, autorregulándose, lo que sugiere una forma de autogobierno humano directo y participativo. Es más, la comunidad humana se construye en su relación con ese otro que es la comunidad de las cosas, igual que nosotros nos formamos como sujetos sociales en las relaciones con los otros, radicalmente diferentes.

Eduardo Serrano es arquitecto y ha desarrollado un extenso trabajo de reflexión sobre las implicaciones urbanas y territoriales de los movimientos sociales contemporáneos.

Créditos de imágenes:

Imagen 1: Esquema del procomún (fuente: Carla Boserman) 

Imagen 2: «Compartir es bueno», campaña contra de la criminalización del P2P en 2004  (fuente: http://bolivianueva.blogspot.com.es)

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2 comentarios

observer 10 enero, 2014 - 09:56

Aporto mi opinión sobre la cuestión advirtiendo que me defino como un desencantado del 15-M: soy de los que recibimos aquella explosión con júbilo e ilusión, pero luego nos sentimos defraudados por la tibieza y corto alcance de sus resultados, sobre todo por la incapacidad de resolver el problema más complejo: un nuevo ensamblaje de la institución Estado, y el esbozo de un pacto social que reconfigure las relaciones entre agentes económicos.

– Respecto al procomún, la misma Elinor Ostrom definía como condición indispensable que su gestión quedase en manos de grupos muy herméticos y con ferreos sistemas de control interno, haciendo que de facto los “bienes comunales” requieran un Estado casi totalitario incluso cuando no se llega a institucionalizar. El uso del término “procomún” en muchos conciliábulos modernos no es más que un subterfugio para evitar la palabra “comunismo”… porque lo que se propone es más bien un liberalismo extremo. Creo que la indefinición entre socialdemocracia y liberalismo es lo que dinamitó al 15-M.

– En el gráfico que ilustra el texto, se lee: Educación: comunidades =/ monopolio estatal… ¿qué quiere decir eso? ¿estáis defendiendo la privatización de la educación? ¿o tan sólo de la gestión de las escuelas, pero no de su financiación? ¿qué modelo de fiscalidad habría que instituir en ese nuevo escenario?

– Del mismo modo se lee “economía ética”, lo cual es un constructo completamente inconsistente. Tal vez “finanzas éticas” tendría sentido, pero la economía (un campo mucho más profundo que el de las finanzas) es una termodinámica de bienes y servicios cuyo dinamismo no es ni ético ni lo contrario, pues es objetivo. Pensar que las ideas de un Stallman sobre la propiedad intelectual pueden transcribirse literalmente a los bienes reales y tangibles es muy problemática: ¿cómo se organiza el reparto de lo finito? La “economía del don”, el potlach y demás sólo tienen sentido como gestión de excedentes, y el procomún obvia interesarse por los medios de producción, cosa que sí hacía Marx. Los bienes comunales no eran un jueguecito de intercambio de imágenes de instagram, sino el control comunitario del capital (suelo, mano de obra, fábricas) y me temo que aplicando esa lógica se llega al comunismo, no a un reformismo suave del estado socialdemócrata
.
– Pero el gran error de vuestro modelo es la confianza en el valor de uso como preponderante sobre el valor de cambio, lo cual es una idea muy fácil de desmontar. En general creo que el bucolismo de ese “procomún” como añoranza de comunidades virtuosas es el último estertor del humanismo moribundo, que sólo ve futuro en la nostalgia de sociedades que nunca existieron.

Eduardo 16 enero, 2014 - 16:57

Respondo al comentario de observer, siguendo su secuencia de exposición:

Me extraña muchísimo que Ostrom afirme que la gestión del procomún necesite estados casi totalitarios, pues para nada requiere la existencia del estado; hay sistemas comunitarios tradicionales que son muy cerrados, pero también una gran variedad de fórmulas de pertenencia y de regímenes de gestión. Precisamente esa es una característica distintiva, no comparto el reduccionismo que usas.

Primero dices que los que usan el término “procomún” son afines al comunismo, aunque lo disimulan, pero luego afirmas que es todo lo contrario, de un liberalismo extremo. El sentir general del 15M está lejos de ambas opciones, pero eso no significa que esté dudando con cual quedarse. Liberalismo (PP) y socialdemocracia (PSOE) forman una dicotomía que aprisiona el pensamiento político (o blanco o negro); el 15M se libera de ese dilema porque piensa de otra manera, expresión de estar ya en otro lugar.

Sobre la privatización de la educación y el modelo de fiscalidad: Cómo se resuelva la articulación de lo común con lo publico es algo ineludible. Pero existen desde hace muchos años en el sistema de enseñanza pública mecanismos que esbozan la gestión comunitaria, como las APAs, sin que sea un problema su sostén público y la fiscalidad correspondiente. Lo importante es que las personas dispongan de instrumentos directos de participación, control y decisión sobre las cosas que atañen a su vida, así de sencillo.

Sobre la expresión “economía ética”: tal vez tengas razón. Yo entiendo esa frase en el sentido de un marco ético, pero al modo de Spinoza, no desde el deber, como unos principios morales que guían las conductas, sino desde el poder (entendido como potencia, no como dominio), por tanto el que se trate de una termodinámica no sería óbice precisamente para esta "Ethica more geometrico demonstrata". Pero hay que completar esto diciendo que en cuanto enunciamos y pretendemos aplicar saberes (económicos o termodinámicos) lo hacemos desde una posición personal, nada neutral.

Ninguna pretensión de hacer de las ideas de Stallman un "modelo" para el mundo real. Más bien es al revés de como lo dices; su invento es la expresión de un deseo social radical que impregna todo lo demás, cibermundo y geomundo, como prueba la historia de los inicios de internet (un verdadero procomún). Primero fue eso y luego vino Stallman.

Si lo piensas bien la economía de las familias es algo parecido a una economía del procomún: la gente ha estado organizando el reparto de lo finito desde siempre. La diferencia notable frente a la economía convencional (capitalista), de la que es parcialmente deudor el marxismo, es que ésta gestiona la "escasez", cosa bien diferente de lo "finito".

Respecto el procomún y los medios de producción; acudiendo de nuevo al ejemplo del cibermundo, ¿qué otra cosa que un medio de producción son todas las aplicaciones bajo licencias CC?; y respecto el geomundo sucede lo mismo: un tractor (medio de producción) puede ser perfectamente un procomún.
Sin valor de uso no hay valor de cambio, sin vida no hay economía. La reducción de todo valor al de cambio es un error epistémico, su predominio sobre el valor de uso es hoy una apuesta criminal.

El procomún es de todas partes y épocas, como antes he dicho la economía familiar es la del procomún, aunque informal. Ostrom, a la que antes has citado como autoridad, ha puesto de manifiesto su existencia, vigencia e importancia, lo cual no ha sido un gran descubrimiento, pero lo ha hecho en el seno de un pensamiento económico académico (que siempre ha despreciado esto), con evidencias empíricas, con método científico, y eso si tiene mérito.

En cuanto a mi mismo no hay la menor nostalgia de bucólicas comunidades, solo una especie de rabia fría y estratégica, que es en lo que ahora algun+s de los que vimos cosas muy fuertes en el 15M estamos ¡Ójala llegáramos de este modo al comunismo! (que no al "socialismo real", el de la URSS o el de la socialdemocracia senil).

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