Nuevos paisaje metropolitanos: del paisaje figurativo al paisaje-red

por Paisaje Transversal

por Eduardo de Santiago

El presente texto viene a sustituir el vídeo de la conferencia que el autor impartió en la jornada inaugural del taller de trabajo «Condiciones Metropolitanas Contemporáneas». Se trata del artículo en el que Eduardo de Santiago basó su intervención.

1. Una lectura espacial del territorio contemporáneo: de la estructura formal a la estructura relacional.

La ciudad ya no existe[1]. Antes pensábamos en la ciudad como conjunto, como aglomerado diferenciado y reconocible, cerrado o limitado; y tenía sentido pensar en la forma de las ciudades porque era posible distinguir nítidamente en ellas un conjunto morfológico producido por la adición sucesiva de tejidos urbanos, cada uno con su propia genética; una figura, sobre un medio o paisaje natural, un fondo. La ciudad era un paisaje figurativo[2].

Fig. 1 y2. Figura contra fondo. Paisajes figurativos. Bodegón de F. de Zurbarán y Planta de ciudad preindustrial

Carlos Martí (1999, p.57) apunta en este mismo sentido cuando afirma que “la ciudad ya es no un artefacto delimitado y concluso, un objeto autónomo circundado por la naturaleza, sino que, sometida a un proceso de expansión constante, es ahora una realidad inabarcable y mutante, cuyos límites se han hecho imprecisos y borrosos”. Veamos cuáles son las claves de las nuevas estructuras urbanas:

La primera industrialización y la concentración acelerada de población en torno a la ciudad introdujeron nuevas solicitaciones y requerimientos (tamaño, urgencia, etc.) que sólo pudieron responderse en tiempo y forma perdiendo parte de la coherencia (homogeneidad, continuidad de tramas, etc.) que había caracterizado al crecimiento sedimentado (sumativo, anular, por estratos) de épocas anteriores. Así se fueron yuxtaponiendo con violencia los nuevos tejidos requeridos por el sistema (espacios productivos, polígonos de empaquetamiento residencial, etc.) a la figura original, sustituyendo el viejo paisaje figurativo previamente existente por un collage[3] de fragmentos heterogéneos, compuesto por las antiguas piezas y las nuevas, con tamaños, formas, funciones y significados diversos; y sin embargo todavía vinculadas por el criterio de continuidad, de contigüidad. Las relaciones entre las partes dejaron de estar articuladas orgánicamente y fue la lógica de la yuxtaposición la que pasó a dotar de sentido al conjunto.


Fig. 3 y 4. La disolución progresiva de la figura y el fondo. La lógica de la yuxtaposición. Collage de Braque (1917) y fotoplano de la periferia de la ciudad de Logroño (2005)

Poco después, comenzaron a intensificarse también las dinámicas de descentralización masiva de la población y de las actividades productivas (ambas expulsadas por los precios del suelo), que fueron las causas fundamentales del crecimiento a saltos, del salto metropolitano. Así, estos saltos obligarían a alejarse aún más al observador del objeto analizado para ganar distancia, para poder entrever dentro de una misma lógica estos nuevos crecimientos dislocados. Pero con distancia suficiente, todavía era posible un entendimiento global del conjunto: el crecimiento era discontinuo, pero precipitaba sobre ciertos núcleos, estaba catalizado por perlas metropolitanas. Y, de este modo, todavía era posible encontrar una forma, entrever una figura (compuesta, eso sí), capaz de ofrecer una interpretación, una metáfora: el sistema planetario howardiano, espacialmente discontinuo pero funcionalmente integrado, un sistema además con una estructura muy fuerte, basada en férreas jerarquías y dependencias-relaciones verticales (centro-periferia, núcleo central-satélites, etc).

Pero la discontinuidad explotaría con la generalización de los procesos dispersivos, arrinconando definitivamente a la continuidad como principal criterio explicativo del crecimiento urbano, desdibujando las figuras definidas, disolviendo las estructuras yuxtapuestas, obligando al observador a alejar aún más la lente, a subir otra vez de escala para encontrar una nueva distancia suficiente que permitiera contemplar e integrar en una visión totalizadora formas yuxtapuestas, aglomerados planetarios y formas dispersivas. Y esa distancia resultante era de ya tal calibre que obligaba a considerar plenamente, a incluir en el campo de visión, no sólo el lleno, sino también el vacío: los distintos espacios y resquicios entre figuras, constelaciones de planetas, pieles de leopardo, archipiélagos dispersivos, vestigios naturales, fragmentos de ruralidad, etc.. Ofreciendo, como en el action painting, una composición de intensidad variable, concentraciones, grumos de materia sobre determinados puntos, fragmentos de figuras, drippings, silencios o rincones, amasijos de violenta concentración, etc.

Fig. 5 y 6. Todo Figura y todo fondo. Action painting de Jason Pollock (1965) y fotoplano de Disneyworld en Orlando (Florida)

Todo ello ha convertido en imposible la tarea de seguir pensando la ciudad desde la forma. Más allá del fragmento, carece ya de sentido buscar una dimensión formal para la totalidad de unas estructuras urbanas que no sólo han devenido abiertas y explosivas (mostrando infinitos bordes externos e internos, bordes en permanente crecimiento, enroscados sobre sí mismos una y otra vez -para todos los cuales resultan caducas nuestras analogías y metáforas al uso-), sino que han ido progresivamente engullendo en su crecimiento constante, integrando, a otras estructuras territoriales (urbanas o no); saltando de dimensión, provocando mutaciones estructurales infinitamente más intensas que las generadas por la mera adición en cada uno de estos saltos: de la ciudad confinada a la compacta, al área metropolitana, a la ciudad región, al territorio red. Como señalaban A. Font, C. Llop y J. Vilanova (1999, p.27), refiriéndose a Barcelona, hoy “la metrópoli (…) no es un conjunto de núcleos de ciudad compacta diferenciados del suelo libre, sino una formación urbana dispersa estructurada como un sistema, de estratos de formas discontinuas, integrado por núcleos urbanos y asentamientos de formaciones arbóreas, por paquetes y bolsas territoriales de carácter fragmentario, ligados entre sí por elementos infraestructurales de muy diverso orden, y sobre un territorio geográfico que hace patente y mantiene sus rasgos fundamentales”.

Además, de manera paralela a esta explosión, se ha producido progresivamente la intensificación de las redes previas y la reticulación del territorio. La reticulación no es sino un proceso, un salto cualitativo, una continua y dilatada transición (P. Veltz, 1999) a lo largo del tiempo entre el territorio zona (no desbordado o poco desbordado), y el territorio red (plenamente desbordado, plenamente articulado en su funcionalidad con otros territorios lejanos). Sin importar en qué momento exacto se ha producido esa transición[4], lo primordial es que el despliegue mediante líneas de flujos de la reticulación sobre ese magma de intensidad variable, ha confirmado y consolidado la anisotropía del territorio, produciendo cristalizaciones puntuales o lineales, que han generado inducciones, aglutinado en torno a sí las diferencias de potencial.


Fig. 7 y 8. Vectores y líneas de acción en el action painting y vectores de estructura red en la ciudad contemporánea.

De modo que la estructura de la ciudad, como conjunto diferenciado y reconocible, ha quedado hoy disuelta en una nueva estructura de orden superior que tupe todo el territorio: una estructura relacional y no figurativa, una estructura funcional reticular organizada sobre las redes de infraestructuras y sobre el campo rizomático, que permiten la conexión de las distintas piezas con las estructuras económicas, sociales, culturales y su funcionamiento integrado dentro de un sistema conjunto. Porque si lo urbano tiene hoy algún significado, es el de un paisaje relacional, la ciudad-proceso, la ciudad-instalación, la ciudad infraestructura. La ciudad como una infraestructura de acumulación más, integrada en la máquina de acumulación global, una red que articula ese sistema a escala planetaria-nacional-regional, y que se densifica en torno a puntos determinados, a nodos de intensidades variables: zonas borrosas-zonas luminosas (M. Santos), áreas sumergidas-archipiélagos de acumulación (P. Veltz), un sistema de “hubs & spokes” cuya coherencia conjunta sólo depende de las conexiones. “El paso ‘del aglomerado a la red’ (Dematteis) resumiría en una frase la evolución de las lógicas dominantes del crecimiento en estos últimos cincuenta años, pasando por la etapa intermedia y no agotada de la dispersión, aunque también progresivamente polarizada” (A. Font, C. Llop y J. Mª Vilanova, 1999, p.23).

Así pues, en el presente, no hay posibilidad de forma porque no hay contornos, porque no hay límites, al menos espaciales. Seguimos acostumbrados a pensar en figuras limitadas, pero el desbordamiento territorial actual encadena los territorios concretos locales a las estructuras de acumulación globales, produce un sistema multiescalar y multidimensional, una estructura que es un tejido de relaciones, un campo de acción, un soporte infraestructural para la acumulación, y que carece de límites físicos. Si existe alguna frontera, es una frontera temporal, definida en función de la densidad de la reticulación, de la velocidad de circulación, de la impedancia, de la densidad de relaciones. Pero esta densidad de relaciones ya no es una función continua, decreciente con la distancia: la anisotropía y el efecto túnel[5] producen fuertes alteraciones en el espacio-tiempo: desde agujeros negros a nodos de hiperconectividad, frente al espacio liso no polarizado.

Porque lo que hoy importa, al menos en la gran escala, no es tanto la morfología de los tejidos, de los bordes, de las figuras urbanas, ni siquiera de los fondos. Lo que importa son las relaciones, los vectores, las conexiones, los grafos, el acceso al campo rizomático. Si alguna idea borrosa de estructura persiste todavía en los iconos, en los mapas mentales compartidos colectivamente, son los canales, las líneas que permiten la movilidad a través de esa estructura infinitamente ampliable y en permanente crecimiento que es el territorio red: una estructura que es un tejido de relaciones, un campo de acción, un soporte infraestructural para la acumulación, y que carece de límites físicos. Y si alguna característica urbana es hoy omnipresente, esta es la posibilidad de acceso al campo rizomático.

Así, frente a las formas, conexiones lineales (retículos, rizomas), e hiperconexiones a través del territorio red y del campo rizomático (capas de información, campos o colour fields). Del paisaje figurativo al paisaje relacional.


Fig. 9, 10 y 11. Metáforas del paisaje relacional. Metáforas orgánicas (tejidos relacionales neuronales) y metáforas artificiales (circuito impreso de un microchip)

2. La estructura espacial como superposición del espacio de los lugares, el espacio red, y el campo rizomático.

Siguiendo la línea argumental de Weber, Geddes y Braudel recogida J. M. Naredo (2000), puede decirse que la traducción espacial de las estructuras funcionales de la acumulación actual implica la organización reticular del espacio en base a nodos, nódulos o densificaciones (que son los distintos organismos capaces de acumular: regiones, ciudades, empresas, etc.) interconectados por líneas de conexión funcional, que permiten la parasitación de los recursos necesarios allí donde se encuentran, para llevarlos a los nodos y redistribuirlos desde ellos una vez recombinados, tarea que implica la circulación o el transporte de flujos (recursos naturales o energéticos, materiales, etc.) necesarios para el metabolismo y la alquimia combinatoria que se producen en los nodos. En base a esta idea, la ciudad puede entenderse como una máquina de parasitación que extiende sus tentáculos (Geddes) depredadores a otros territorios en los cuales materializa las funciones de apropiación y vertido; para lo cual necesita también convertirse en una máquina de dominio (Weber, Braudel[6]). A ello se superpone actualmente un espacio propio para el acceso a los flujos inmateriales: el “campo rizomático”, un espacio inmanente y ubicuo, donde más que ‘circular’ residen múltiples contenidos que son accesibles desde cualquier punto mediante el uso de un sofisticado utillaje de emisión/recepción (móviles, ordenadores, antenas, etc.) que apenas precisa materializar líneas infraestructurales.

De modo que, para nosotros, la estructura espacial contemporánea que se deriva de la trasposición espacial de la lógica de la acumulación actual puede definirse por la superposición interactiva de 3 sistemas espaciales, cada uno con sus lógicas propias y provocando distintas interferencias o relaciones entre sí: el espacio de los lugares, correspondiente tanto a los espacios geográficos (al medio natural), como a los espacios rurales y urbanos tradicionales; el territorio red, y el campo rizomático.

Fig. 12.Elementos de la estructura del territorio. Ejemplo de interpretación de una sección del Valle del Río Bormida en Millesimo, Liguria, Italia. (Workshop Millesimo 2007 Universidades de Génova. Alcala, Coimbra y Grenoble)

2.1. El espacio de los lugares.

Es el espacio tradicional, accesible para las personas, dominable y apropiable por los individuos, donde la posibilidad de presencia permite (en términos kantianos) la posibilidad de coexistencia. Está basado en la geometría euclídea, la percepción fenomenológica regida por las leyes clásicas de la perspectiva, y en él funcionan los mecanismos de apropiación espacial, colonización, gradiente público-privado, etc.

Aunque cada vez es más difícil (y quizá menos operativo), todavía es posible distinguir dos grandes categorías de lugares: los territorios naturales (definidos fundamentalmente por sus características abióticas y bióticas no antrópicas- vegetación y fauna-) y los territorios antropizados, en mayor o menor grado, con un amplio gradiente que va desde las categorías tradicionales de los territorios o paisajes rurales a los distintas formas de urbanización del territorio o formas de crecimiento urbano (desde el disperso rural al núcleo histórico a los polígonos de bloque abierto o al suburbano). Para leer estos territorios antropizados en cada caso concreto se debe atender al cruce de las dinámicas morfogenéticas que los han originado con los procesos de Urbanización (entendida como definición de la red), Parcelación (entendida como definición del mosaico) y Edificación (U+P+E) establecidos por M. Solá Morales (1997).

2.2. El territorio red.

“Se define como topología de redes la estructura formal del conjunto de puntos creada por la existencia de relaciones. Los puntos, origen de las relaciones, y las líneas, signo de su materialización, conducen a la consideración de una topología propia de cada red, expresada instrumentalmente a través de la teoría de grafos” (M. Herce y F. Magrinyá, 2002, p.30). “Las redes están generadas por la existencia de relaciones entre los puntos, pero la característica reticular esencial es que las relaciones se expresen a través de los flujos, sean de transporte, de información, o de energía. Estas se manifiestan materialmente a través de las infraestructuras físicas de las redes” (op. cit, p. 29).

El espacio red es un espacio vectorial, conectivo, donde priman las características topológicas frente a la geometría euclídea, la unidireccionalidad frente a la tridimensionalidad del espacio de los lugares. Es un espacio unifuncional donde sólo se circula, en base a código pautado. Es un espacio inaccesible para las personas como tales, que sólo pueden participar en el mismo (circular) como sólidos en movimiento dentro de máquinas, con una velocidad de desplazamiento que altera los parámetros perceptivos del espacio tradicional, introduciendo nuevas reglas de visión cinética, secuencias, etc (K. Lynch).

Entre sus propiedades, destacan la tendencia hacia la homogeneidad y la isotropía; a pesar de lo cual el despliegue real de las redes sobre un territorio concreto provoca una fortísima anisotropía: primero, estableciendo diferencias trascendentales entre puntos conectados y no conectados (efecto túnel, barrera, hiperconexión, etc.), segundo, porque al desplegarse sobre un territorio no vacío (en absoluto isótropo, sino condicionado por su medio físico y su sistema de asentamientos), se adapta desde la idealidad a la concreción geográfica e histórica de un territorio, induciéndolo de forma diferencial.

Las redes del espacio red pueden agruparse en dos grandes categorías[7]:

-Las redes de nodos hiperconectores, como los aeropuertos o el metro, redes cuyas líneas conectivas son irrelevantes espacialmente y de las cuales sólo tienen trascendencia los nodos.

-Las redes de circulación, compuestas a su vez, por canales de flujos y nodos, en las que las líneas tienen una presencia importante, por un lado como barreras, por otro como polarizadoras. La función de los Canales de Flujos (en adelante CCFF) consistiría en suministrar materia, energía e información a los organismos urbanos, donde esta se almacena y consume[8] para permitir el metabolismo de estos artefactos urbanos y sobre todo sostener el funcionamiento de las máquinas de acumulación económica mediante la transformación de esos recursos materiales y energéticos, con el concurso de la información concentrada en los territorios urbanos.

Podemos dividir los CCFF en canales exclusivos y especializados de materia y energía para el metabolismo urbano, que denominamos Canales Metabólicos, y Canales de Transporte.

Los Canales Metabólicos y las Máquinas de Metabolismo urbano.

Como señalaba J. M. Naredo, los requisitos necesarios para el funcionamiento metabólico de la ciudad implican la existencia en otros territorios que actúen como ‘áreas de apropiación y vertido’ de los recursos de los cuales la ciudad carece. Estas relaciones parasitarias son reticulares y pueden entenderse en términos de líneas o canales y nodos o máquinas de metabolismo. Así podemos hablar de Generadores y Máquinas de Apropiación de materia y energía (pantanos, centrales térmicas, nucleares, parques eólicos, canteras, etc.) que actúan como extensiones tentaculares de la ciudad hacia los territorios que depreda. Por otro lado, la necesidad de manipulación de estos flujos supone también la existencia de Máquinas de Combinación, Almacén o Manipulación de materia y energía (ERM de gas, ETAP, subestaciones eléctricas,etc.); y por último, la necesidad de expulsión de los vertidos de la ciudad fuera de su entorno (sobrepasado en su capacidad de carga) se materializa en las Máquinas de Vertido, tales como los vertederos, los emisarios, las depuradoras, las plantas incineradoras, etc.

La conexión entre estas grandes máquinas de apropiación y vertido para suministrar la materia y energía requerida por el metabolismo urbano se realiza mediante canales exclusivos y especializados por los cuales sólo circulan exclusivamente flujos de un mismo tipo, como las redes de abastecimiento de agua, saneamiento, red eléctrica, gasoductos, oleoductos, etc.

Los Canales de Transporte.

Los canales de transporte como las autopistas, vías férreas, carreteras, etc., son canales versátiles, no exclusivos, en cuanto a los flujos que pueden circular por ellos (recursos humanos, materiales y energéticos), siendo especialmente significativos como soporte de la movilidad de recursos humanos y personas por el territorio, portadoras en definitiva de información y know how, inputs imprescindibles para las condiciones en que se desenvuelve actualmente la acumulación y fundamentales para la integración de los mercados de trabajo y consumo metropolitanos.

Como señala F. Ascher (2004), estos canales han sustituido el concepto de proximidad por el de accesibilidad: “la proximidad, que fue uno de los principios de la ciudad y uno de los elementos determinantes de su potencial económico y cultural, ya no precisa contigüidad”. Así, la aglomeración relacional, la tele-aglomeración o la dispersión concentrada se convierten en las claves funcionales del sistema metapolitano (F. Ascher, 2004) al permitir el funcionamiento integrado de un sistema que espacialmente es discontinuo, fragmentario y disperso.

Estos CCFF caminan conceptualmente hacia la simultaneidad (mediante la aceleración en términos de P. Virilio, que implica transformar en hiperconexiones las conexiones ya existentes) y la ubicuidad, pues la red física de canales de transporte tiende a ser cada vez más invisible (en términos conceptuales, que no visuales) ya que no puede hacerse inmaterial por su propia naturaleza. En la actualidad, los desplazamientos ‘se miden’ en términos temporales y no espaciales, anulándose el interés del desplazamiento en sí, y pretendiendo hacer desaparecer el espacio intermedio en favor de las terminales o puertas de origen y destino: el resto es ya sólo tiempo, tiempo que hay que ocupar convenientemente. El espacio se quiere hacer tiempo [9].

Los CCFF tienden también a ser convertidos en canales hiperespecializados de transporte, suprimiendo el resto de funciones no relacionadas con el transporte que puedan interferir con ésta; lo cual les diferencia radicalmente respecto de la calle corredor tradicional, soporte de múltiples funciones además del transporte. Ahora se trata de optimizar al máximo su función haciendo abstracción de todo aquello que no sea la propia lógica del itinerario: los canales son sólo espacios funcionales para llegar a algún lugar, pero no son lugares en sí mismos; apareciendo completamente desvinculados de los lugares y paisajes que atraviesan.

La forma funcional óptima de los CCFF busca una mejor circulación de los flujos y una mayor autonomía e independencia en los desplazamientos. Esta forma ya no es la de una red topológicamente jerarquizada como lo fue la red radial o radioconcéntrica de las viejas áreas metropolitanas fordistas, sino una retícula, mallada e isótropa, con una autosimilaridad fractal y una jerarquización estructurada de las líneas de conexión (canales de primer orden, de segundo, etc).

Pero paradójicamente, estas redes isótropas sólo garantizan y posibilitan la circulación homogénea de flujos por el territorio, no la isotropía de éste. La lógica del transporte incrementa las discontinuidades, y los canales suponen fuertes barreras territoriales que implican la inaccesibilidad y la falta de permeabilidad transversal, mientras que las estaciones o los puntos de parada a lo largo de los canales concentran la accesibilidad, multiplicando y polarizando el desarrollo urbano en torno a los lugares de intercambio y/o acceso, vaciando o desvalorizando los territorios intersticiales.

Por ello, el territorio es -hoy más que nunca- discontinuo o no homogéneo, sobre todo en términos significativos o cuantitativos: aparecen vacíos, intersticios junto a áreas que concentran la intensidad y absorben la mayoría de los flujos. La anisotropía es especialmente patente en cuanto a la distinta capacidad de atracción del territorio: en este sentido, la potencia atractiva de algunos canales excita al territorio sobre el cual discurre, induciendo al desarrollo de éste, fenómeno que denominamos polarización; mientras otros canales tienen un efecto repulsivo, actuando como bordes o fronteras.

De las intersecciones de los CCFF a los Intercambiadores.

Los nodos de las redes de circulación de flujos sólo resultan significativos en el caso de que permitan el intercambio de flujos (por ejemplo: un nudo de autopista, por permitir el trasvase entre una red secundaria y una primaria; o un intercambiador urbano que permite los intercambios entre autobús, metro, coche y flujos peatonales) o su manipulación, reduciéndose al papel de meras intersecciones en caso contrario (cruce de vías de tren, cruce de autopistas a distinto nivel, etc.).

Si los canales de las redes de transporte tienen capacidad de excitación sobre el territorio, ésta se multiplica en torno a los Nodos de Intercambio, terminales, entradas y salidas que permiten el intercambio modal en los desplazamientos personales, el transvase entre los distintos canales, y, sobre todo el trasbordo entre el espacio red y el espacio de los lugares, pues es aquí donde los cuerpos en movimiento de los CCFF recuperan su movilidad natural. A estos puntos – puertos, aeropuertos, estaciones de tren y metro, etc.- les denominamos intercambiadores y se han convertido en las nuevas puertas conceptuales de la ciudad con una fortísima potencialidad urbana.

2.3. El campo rizomático de los flujos inmateriales.

En los últimos años se ha extendido la cobertura del campo rizomático de los flujos inmateriales, que permite (sin apenas infrestructuras visibles, y gracias a sofisticadas tecnologías de emisión y recepción) el acceso a una serie creciente de contenidos que antes eran patrimonio exclusivo de lo urbano. Aunque en ocasiones se ha anunciado la disolución de la urbanidad al estilo de las utopías de Superstudio como consecuencia de este despliegue del campo rizomático, en realidad más allá de su evidente contribución a la dispersión, sus efectos son culturales; pues contribuyen a la extensión de lo urbano en términos de F. Choay, mediante la urbanización de la conciencia, vaciando al mismo tiempo de contenidos al espacio urbano, tradicional espacio de almacenamiento e intercambio de la información y la cultura.

2.4. Los espacios inciertos.

Los bordes, las zonas de fricción y contacto entre el espacio de los lugares, los canales y nodos del territorio red, etc. son espacios inciertos, zonas borrosas, donde las definiciones han de ser mestizas, híbridas. A pesar de esta indefinición consubstancial a su naturaleza, pueden descubrirse también varias categorías de espacios inciertos: alvéolos o espacios atrapados entre las infraestructuras, barbechos especulativos en las periferias metropolitanas, bordes y barreras lineales, intrusiones puntuales. Frecuentemente, estos espacios inciertos constituyen ámbitos privilegiados para la reinvención y el proyecto de la ciudad contemporánea.

Eduardo de Santiago Rodríguez es Doctor Arquitecto por la Universidad Politécnica de Madrid y profesor asociado en el Departamento de Urbanística y Ordenación del Territorio en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Alcalá de Henares

Bibliografía citada.

Ascher, Frederic. Los nuevos principios del urbanismo. Madrid, Alianza Editorial, 2004.

Choay, Françoise. Le régne de l’urbain et la mort de la ville. París, Catálogo La Ville, Centro G. Pompidou, 1994.

Eizaguirre Garaitagoitia, Xavier. La construcción del territorio disperso. Taller de reflexión sobre la forma difusa. Barcelona, Edicions UPC, 2001.

Font, Antonio, Llop, Carles, y Vilanova, Josep María. La construcció del territori metropolitá: Morfogènesi de la regió urbana de Barcelona. Barcelona, Ed. Mancomunidad de Municipios Metropolitanos de Barcelona, 1999.

Herce, M., y Magrinyá, F. La ingeniería en la evolución de la urbanística. Barcelona, Edicions UPC, Arquitext 28, 2002.

Naredo, José Manuel. Ciudades y crisis de civilización. Revista Documentación Social, nº 119, Cáritas Española, 2000.

Solá Morales i Rubió, Manuel. Las formas de crecimiento urbano. Barcelona, Edicions de la UPC, 1997.

Veltz, Pierre. Mundialización, ciudades y territorios. Barcelona, Ariel, 1999.

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[1] O todo es ciudad. Es la misma idea de F. Choay (1994) cuando afirmaba “la ciudad ha muerto, viva el reino de lo urbano”.

[2] Vamos a proponer en este epígrafe una metáfora pictórica: del paisaje figurativo a la instalación, pasando por el action painting y los colour fields. B. Secchi hace lo mismo con una metáfora musical: “Es como si nosotros, acostumbrados a las formas musicales que nos han acompañado por tanto tiempo, con las cimas excelsas de Mozart y Bethoveen, nos encontráramos de golpe con Schöenberg o Weber, que cambian la música, y empiezan a escribirla nota por nota. Ya no se compone. No hay música ‘compuesta’ de grandes piezas que se suceden con una secuencia fácilmente comprensible’ (en X. Eizaguirre Garaigoitia, 2001, p.203).

[3] Imagen propuesta por Colin Rowe en Collage City (1978).

[4] En un proceso, como en la metamorfosis de un lepidóptero, no existen sino momentos, sucesiones. Ni siquiera es muy significativa la diferenciación formal entre estructura radioconcéntrica y mallada (y menos en un caso como el madrileño en el que la malla deriva de una estructura radial previa), aunque sí lo sea entre el sistema de relaciones y jerarquías verticales que se establecían con una estructura radial y la transversalidad-horizontalidad que introduce una retícula, aunque esté deformada por una anamorfosis.

[5] “Así, este aumento, significativo de la velocidad de comunicación crea un ‘efecto túnel’, por el que se hace posible que un nodo pueda establecer relaciones con otro nodo que esté situado a una gran distancia, sin mejorar sus conexiones con otro nodo contiguo, dando origen a relaciones traslocales frente a las tradicionales locales”. M. Herce y F. Magrinyá (2002, p.11).

[6] Herce y Magrinyá (2002, p.8) recogen así la idea de Braudel “la ciudad debía controlar una superficie agrícola periurbana, cuya importancia dependía directamente de la población urbana a que podía alimentar; la autonomía urbana no se podía asegurar más que por el dominio de la producción agrícola de los alrededores y por el control de las vías que conectaban la zona agrícola con la ciudad”.

[7] División que corresponde a dos modos distintos de inducción del territorio: los nodos hiperconectores lo inducen en torno a puntos, las redes de circulación (canales y nodos) en torno a puntos y líneas.

[8] En este sentido es importante recordar la idea introducida por F. Ascher de la ciudad como máquina de almacenamiento o concentración de bienes (b), información (i) y personas (p), lo que denomina ‘bip’.

[9] La consideración del viaje como intervalo temporal y no como desplazamiento espacial a través de una serie de lugares, fue inaugurada por Phileas Fogg en la “La vuelta al Mundo en 80 días”, que puede considerarse como el primer viaje moderno. Como escribe Julio Verne (1873; Edición inglesa, 1994, p.35) “he was not travelling, he was merely describing a circumference. He was a solid body moving through an orbit around the terrestrial globe, in obedience to the laws of rational mechanics”. Phileas Fogg –un personaje literario- habría sido el primer habitante de la ciudad basada en el tiempo, no en el espacio.

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1 comentario

ayarra 16 diciembre, 2009 - 18:59

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